dilluns, 7 de setembre del 2015

Crisis migratoria y dictadura emocional

Vivimos sin darnos cuenta en una dictadura de la percepción emocional. En los centenares de miles de inmigrantes que están llegando a Europa, unos solo ven personas que huyen de la guerra o del hambre merecedoras siempre de ser acogidas e integradas. Otros, solo ven una multitud inabsorbible que llega no solamente con lo puesto sino con un saber, con unos valores incompatibles con los nuestros y que amenazan los fundamentos de nuestra civilización.

Las adscripciones ideológicas y políticas que se derivan de cada una de esas dos percepciones provocan, como en las guerras de religión, que lo venerado por los unos sea herejía para los otros. Sin embargo, la realidad suele ser más compleja y menos estanca de lo que esos extremos emocionales imaginan. Y no se trata de equidistancia moral, sino de hechos. 

Existe una crisis migratoria y humanitaria real, provocada por la guerra, el fanatismo religioso y la incompentencia económica de muchos países y sociedades. Una crisis de grandes dimensiones que llama a nuestra puerta y que pone a prueba la consistencia de nuestros valores políticos, éticos y morales, desde la tolerancia a los derechos humanos. Valores que han hecho de nuestros sistemas democráticos un referente mundial para todos los que desean vivir con dignidad y libertad. Por eso huyen a Europa, preferentemente a Alemania, y no a supuestos países hermanos como, por ejemplo, las relucientes monarquías del Golfo que, sin el menor escrúpulo, les dan con la puerta en las narices.

Pero tan cierto como eso, también lo es que de la crisis sacan beneficio tanto las mafias que trafican con seres humanos como el ISIS o Al Qaeda, que infiltran yihadistas entre lo inmigrantes para colarse en territorio europeo. Y no solo eso, si no que el rápido y elevado volumen de asentamiento de migrantes se revela muchas veces insoluble en las estructuras políticas, sociales y culturales de los países de acogida, que registran aumentos inéditos de delincuencia, degradación social o presión política para legalizar, por ejemplo, la aplicación territorial de la sharia.

Esa es la realidad. Una realidad que pone sobre la mesa que no tenemos un grave problema, sino dos. El primero, dar una respuesta adecuada y conforme con nuestros valores humanitarios a todos esos inmigrantes, la gran mayoría de los cuales no son invasores sino fugitivos. El segundo, que las leyes de un estado democrático son iguales para todos y que hay que aplicarlas sin excepciones culturales, étnicas o religiosas. No es fácil, pero es imprescindible. Está en juego la superviviencia de la razón democrática. Pero para ello necesitamos liberarnos cuánto antes de esa sutil dictadura disfrazada de percepción emocional.


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Adjunto unas gráficas sobre la crisis migratoria:

La gran mayoría de los solicitantes de asilo son hombres de entre 18 y 34, pero la proporción de menores de edad crecieron significativamente durante el año 2014. 


Evolución de las entradas de inmigrantes y porcentaje respecto a la población


Más datos y gráficas, aquí


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