divendres, 8 de juliol del 2016

La naturaleza antidemocrática de los referéndums


La concepción de la democracia moderna se fundamenta en que el voto es un medio y no un fin. Un medio que sirve para decidir quién gobierna, pero no cómo gobierna. La democracia liberal o representativa establece como fin de la política no tanto el derecho de voto, que también, como la limitación de los poderes del Estado y la prevalencia e inviolabilidad de los derechos de los ciudadanos. Dicho en otras palabras, los ciudadanos tienen el derecho a vivir según sus creencias, siempre que no perjudiquen a terceros, y el poder político, sea quién sea el que lo ostente, no puede forzarlos a cambiarlas.

En esta concepción de la democracia, el voto no sirve para imponer directamente algo a los demás si no para elegir a unos representantes que han de negociar con los otros, respetando los derechos de la minoría, las leyes y normas que se han de aplicar. Por el contrario, el referéndum, al limitar las opciones a sí o no, a blanco o negro, es siempre una acción de fuerza de la mayoría contra la minoría, como se ha visto en el Brexit. Una acción de fuerza no cruenta, ciertamente, pero una imposición pura y dura. Es la continuación de la violencia política con guante de seda.

Los referéndums sólo tiene sentido para ratificar o rechazar algo debatido y acordado previamente por los representantes de los ciudadanos en el Parlamento. Convocar un referéndum previo a toda negociación política en el marco legal y constitucional establecido, es algo ajeno a la democracia.

Pero hay más razones para dudar de la naturaleza democrática de los referéndums. Kristi Lowe y Kelsi Suter las exponen en POLITICO:
After Britain’s decision to leave the European Union via popular referendum last month, political turmoil ensued. But don’t let the near-collapse of the British government make you think governments will be dissuaded from using this form of supposedly direct democracy in future: Referendums are more popular than ever. In fact, Britain’s is just the latest in a recent surge in Europe, and, despite its much-fretted-over results, it seems to have set the stage for even more to come: speculation has already begun that France, Italy, the Netherlands and others may soon follow suit.

It’s easy to see why. Referendums, which bypass elected representatives by submitting a proposed law or public measure to a direct popular vote, let citizens vent their frustrations with the powerful elites that run their governments. Today, when large groups are complaining of exclusion from politics, and when frustration with immigration, globalization, perceived disenfranchisement and elitism have fueled the rise of Donald Trump in the United States and nationalist groups across Europe, referendums are a particularly useful mechanism for politicians who want to make sure their people feel heard. Many leaders view them as a safety valve for populist anger.

But, in our experience working on referendum campaigns around the world with a major polling firm, we have learned that referendums are vulnerable to a number of serious flaws — flaws which call into question claims that referendums are a more direct form of democracy than other types of elections, and which should make governments think twice before offering them.
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