dimecres, 31 d’agost del 2016

Sánchez sólo logra hacer bueno a Rajoy




De cómo Rajoy se toreó a Iglesias (lo tenía fácil)


El discurso de investidura de Rajoy en 15 minutos

La incompatible moral del burkini



Suelo leer los artículos de Ferran Caballero no por qué coincida a menudo con sus puntos de vista sino por qué algunas veces introduce matices que me llevan a la acera de enfrente, y no me interpreten mal. En este caso, ese matiz empieza y acaba en el titular de su artículo: In dubio, pro burkini.

Durante un tiempo también tuve mis dudas al respecto. Dudas que he intentado despejar. Y he llegado, tras bastante debate, a una conclusión: una sociedad puede ser, por ejemplo, multiracial pero difícilmente multicultural y nunca multimoral. Digo multimoral y no multireligiosa porqué las dos cosas no son exactamente lo mismo. Me refiero a los códigos de conducta que todas las sociedades tienen para regular las relaciones entre las personas allí dónde no llega la ley. Unos códigos básicos que me indican lo que yo espero de los demás y lo que los demás esperan de mí. Cuándo esos códigos son incompatibles, la convivencia se hace difícil y acaba siendo imposible y la sociedad regresa, y perdonen el tópico, a la ley de la selva.

¿Cómo resolver el conflicto? En primer lugar, aceptando lo obvio: dos morales que son contrapuestas en muchos aspectos no pueden convivir impunemente. O nos quedamos con la existente o adoptamos la importada, pero un max-mix no parece haber funcionado en ninguna parte. En segundo lugar, y antes de recurrir a la prohibición, deberíamos sortear con mucho pragmatismo algunos de los problemas consuetudinarios que la moral importada nos plantea. En el caso del burkini en la playa, con la segregación. De la misma manera que en muchas partes hay un espacio para los nudistas y otro para los textiles, que exista un tercer espacio para esas supertextiles que son las burkinesas.

¿Resolvería eso el problema? Si la decisión de llevar el burkini fuera libre, una opción personal de cada mujer musulmana, sí. Si, por el contrario, responde a una 'señal moral' que, como todo principio moral, quiere imponerse a los demás, entonces no. Lamentablemente, en la manifestación del burkini hay mucho más de lo segundo que de lo primero.



dimarts, 30 d’agost del 2016

Sánchez: la democracia española se hizo así


Santiago Carrillo y Manuel Fraga. El de Paracuellos y el cómplice de las penas de muerte de Franco. El uno y el otro tenían tras ellos armarios repletos de cadáveres. Pero, un día, supieron poner punto final a la guerra civil que la dictadura franquista ni quería ni podía terminar. El uno renunció a ganar la guerra que perdió y el otro renunció a seguir imponiendo su victoria a los vencidos. La transición, la democracia española, nace de ahí.

Los que se dan la mano, los que firmaron el acuerdo que permitió que España se convirtiese en un país democrático, no fueron dos héroes impolutos y sin tacha, intelectuales de talla, ángeles de la guarda o guaperas de Hollywood. Por el contrario, fueron las ratas lúcidas de las cloacas del franquismo y del antifranquismo.

Pero su catadura moral, fuese la que fuese, no es lo relevante. Lo importante es que comprendieron que ninguno de los dos podía derrotar al otro ni vencerlo definitivamente y que mantener ese enfrentamiento no era bueno para nadie. Y supieron actuar en consecuencia. Fue esa madurez, y no su moral o sus fidelidades ideológicas, lo que, por paradójico que parezca, hizo posible y sólida la democracia del 78, permitiendo a España caminar hacia un futuro mejor.

Hoy, aunque sin tanta trascendencia histórica, el país necesita también salir del punto muerto en que se encuentra. En la derecha tampoco hay un líder sin mácula. Rajoy está salpicado por la corrupción, pero dispuesto al pacto y a las reformas. En la izquierda, a diferencia de antes, hay un líder sin cuentas pendientes con el código penal. Pero sin madurez. Hay un niño mimado y casi virginal que quiere el cielo sólo para él.

Sánchez: mira bien la foto y no te equivoques. Esa imagen no es el reflejo del paraíso democrático alcanzado. Entre otras cosas por qué el fin de una democracia digna de ese nombre no es alcanzar ningún tipo de paraíso. La democracia se conforma, más modestamente, con sacar las cloacas a la luz. Para que todos podamos ver quién es la rata y quién el desatascador.



divendres, 26 d’agost del 2016

La segregación es la solución


Tirando de historia, de antropología, de soluciones nuestras comparables, y no siendo proclive a las prohibiciones, creo que me inclino por la segregación en la playa. Al primer burkini, el socorrista organiza con cuerdas y palos una “zona burkini”. Y se varía la frontera en función de la necesidad. Ya se iría viendo lo que se necesita, y se puede dejar fija.

¿Eso les sirve a las burkinianas? Debería; pero seguro que les ofende. Quieren sentirse normales. ¡Pero es que no lo son! Han elegido ser “el otro”. Otra sociedad aparte. La ley será la misma (y de hecho la rechazan), pero la moral es incompatible. Y un código de conducta común es probablemente la mejor definición y “marca” de una sociedad. Desde una moral, otra moral distinta no puede ser “normal”, porque es la definición de lo inmoral. ¿Cómo diablos va a ser normal lo inmoral? ¿Estamos tontos?

Zona burkini, según demanda. Igual que hay playas o zonas nudistas, sin que nadie se ofenda. Conocemos la solución y funciona muy bien. Y es el mismo caso: disintas morales de vestimenta. Todos son libres de bañarse con lo que les apetezca, o sin nada. Y si se sienten raras las burkinianas, ya lo siento, pero es que lo son. Aquí, lo son. Raras. Rarísimas. Medievales. Una pelmada horrible. Como una pesadilla. Es lo que tiene la moral, entre otras cosas; separa “nosotros” de “ellos”. Si quieres dos morales, o tienes problemas (a menudo muy gordos), o tienes segregación. Se llama el mundo real.

El progretariado se pondría en esteroides ante la idea, claro. Pero igual va siendo hora que comprendamos que el multi-culturalismo puede que sea un sueño muy bonito, pero el multi-moralismo no existe. No somos así. Ni la moral es así por su función.

De hecho, si las burkinianas tuvieran alguna sensibilidad, se juntarían y montarían su zona propia de forma natural. Y la gente, de forma natural, les cedería ese espacio. ¿Quién tiene ganas de estar rodeado de monjas en la playa? Te separas como solución evidente.
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dimecres, 17 d’agost del 2016

El Estado Islámico desde dentro


Hasta ahora, lo que se sabía sobre el Estado Islámico era lo que contaban las víctimas que habían sobrevivido a su brutalidad, lo que relataban sus enemigos del frente de batalla o la información que facilitaban los escasos desertores de poca monta que huían del grupo. Ahora, sin embargo, Foreign Policy ha entrevistado durante más de 100 horas a Abu Ahmad, nombre falso de un agente sirio del Estado islámico que ha sido testigo presencial de la rápida expansión del grupo y que fue durante uno de sus más notorios combatientes extranjeros.

Abu Ahmad took a great personal risk in talking to us. Because he is still with the Islamic State, we had to deliberately obscure some details about his life to protect his identity.

Abu Ahmad agreed to speak to us, he explained, for several reasons. Although he is still with the Islamic State, he doesn’t agree with everything the outfit does. He is attracted to the organization because he views it as the strongest Sunni group in the region. However, he is disappointed that it “has become too extreme,” blaming it for doing such things as crucifying, burning, and drowning its opponents and those who violate its rules.

For example, Abu Ahmad objected to a punishment that the Islamic State implemented in the northern Syrian city of al-Bab, where it put a cage in the middle of the city center, known as Freedom Square, to punish Syrian civilians guilty of minor crimes, such as selling cigarettes. The group, Abu Ahmad said, imprisoned Syrians in the cage for three days at a time, hanging a sign around their neck stating the crime that they had committed.

“Now the square is known as the Punishment Square,” he said. “I think this kind of harsh punishment is bad for us. It is making ISIS more feared than liked by Sunnis, which is not good at all.”

In the past, Abu Ahmad said, he had hoped the Islamic State would become “jihadi unifiers,” capable of bringing Sunni jihadis together under one banner. He admired the foreign fighters whom he knew, mainly young men from Belgium and the Netherlands who had traveled to Syria to fight jihad. They had all lived in rich and peaceful countries, and while tens of thousands of Syrians had paid large sums of money to be smuggled to Europe to escape the war, these jihadis voluntarily traveled in the exact opposite direction.

“These foreigners left their families, their houses, their lands and traveled all the way to help us here in Syria,” Abu Ahmad said. “So to support us they are truly sacrificing everything they have.”

But Abu Ahmad would soon sour on aspects of the jihadi group. First, the Islamic State has not brought jihadis together; on the contrary, tensions have risen with other groups, and he worried that “the rise of ISIS led to the breakup with the Nusra Front and the weakening of unified jihadi forces in Syria.”

Secondly, while some of the foreign fighters were men who led truly religious lives in Europe, he discovered another group that he took to thinking of as the “crazies.” These were mostly young Belgian and Dutch criminals of Moroccan descent, unemployed and from broken homes, who lived marginal lives in marginal suburbs of marginal cities. Most of these crazies had no idea about religion, and hardly any of them ever read the Quran. To them, fighting in Syria was either an adventure or a way to repent for their “sinful lives” in Europe’s bars and discos.

There was Abu Sayyaf, a jihadi from Belgium, who often talked about beheadings. He once asked his emir, Abu al-Atheer al Absi, if he could slaughter somebody. “I just want to carry a head,” Abu Sayyaf said. Locally he was known as al-thabah, or “the slayer.”

In war, the first victim is often the truth. The stories Abu Ahmad told us were so incredible, and so close to the seat of the Islamic State’s power, that we were determined to put his assertions to the test.

In order to do so, we set up a quiz for Abu Ahmad. He said that he knew many of the Dutch and Belgian fighters who had joined the Islamic State, so we prepared a list with roughly 50 photographs of jihadis from those countries who are known to have left for Syria. During a meeting with Abu Ahmad, we asked him to identify the men in the pictures.

Abu Ahmad’s answers confirmed that he had extensive knowledge about the European jihadis fighting for the Islamic State. In front of us — without access to the internet and with no outside help — Abu Ahmad went through the images, and correctly identified roughly 30 of the jihadis by name. In most cases, he would add some anecdotes about the fighter. For the other pictures, he said that he had not seen the people and did not know their names.

Abu Ahmad showed us private photos and videos on his laptop of some Dutch, Belgian, and Central Asian fighters in Syria, which are not posted online. The only way that he could have had these images was through deep, personal experience within the jihadi community.

Abu Ahmad also proved that he had behind-the-scenes access to some of the Islamic State’s most spectacular acts of violence. After the jihadi group captured Palmyra in 2015, Abu Ahmad paid a visit to the desert city to witness a Game of Thrones-like setting for executions of the group’s opponents. One day in July 2015, two Islamic State members from Austria and Germany executed two people who they claimed were Syrian Army soldiers on the ancient city’s great colonnade. This was one of many executions in Palmyra; on July 4, the Islamic State released a video showing the bloody spectacle of teenage fighters executing 25 alleged Syrian soldiers in the city’s amphitheater.
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diumenge, 7 d’agost del 2016

El más completo del perfil socioeconómico de los combatientes extranjeros del Isis realizado hasta la fecha


A new report from an American political thinktank has provided the fullest analysis of the socio-economic profile of foreign Isis fighters to date.

While lots of work has been done to try and understand the pull factors of Isis' particular brand of extremism, the New America Foundation wanted to dig into localised conditions and backgrounds to discover what drives foreigners to join the caliphate.

Author Nate Rosenblatt combed through a leaked cache of recruitment documents stolen by an Isis fighter who defected in 2016.

The self volunteered information from registration forms is thought to encompass around 10 per cent of the group's total soldiers, and makes All Jihad is Local the only quantitative study so far to piece together what the average profile of a foreign Isis member looks like.

Breaking down the data according to geography suggests that people join the group for lots of different reasons, and at different stages in their lives, depending on where they're from
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6 mitos feministas que se resisten a morir




En defensa de los cristianos


QUILLETTE.- Given the virulence of this hatred towards Christianity, and the extent of the suffering that it has wrought, the Catholic and Protestant churches have been strangely passive. The week before the killing of Fr Hamel, Justin Welby, the Archbishop of Canterbury, had a friendly meeting with a Pakistani cleric who notoriously glorified the assassination of a liberal politician by Islamists in his own country. How sad it is to extend a hand of friendship to one who would not flinch from severing your own.

Pope Francis, meanwhile, reacted to Fr Hamel’s death with the cliche that “every religion wants peace“. This is the sort of bromide that placates those who require it least; an exercise in wishful thinking dressed up as empathic wisdom. Advocates of jihad would disagree with the statement, and if Pope Francis wants Catholics to be safe from them he should take their apocalyptic interpretations seriously.

Such an ineffectual response from Christian authorities makes it all the more important that even we nonbelievers stand with our religious friends and allies against aggression. This is not merely as Christians are our compatriots — and, of course, fellow members of the human race — but because we are cultural Christians: steeped in the civilisation that produced the Notre Dame, Salisbury Cathedral, Dante’s Divine Comedy, Caravaggio’s Supper at Emmaus, Bach’s Passions, Donne’s Holy Sonnets and Eliot’s Four Quartets. An attack on Christians is an attack on our heritage. It is an attack against us. It is an outrage.

We should not, of course, affirm the Manichean fantasies of jihadists who imagine a momentous encounter between the forces of Rome and the armies of the Caliphate. The world is not split so evenly or so aggressively. Against such creed-crazed psychopaths stand Christians, atheists, agnostics, Jews, Hindus, Sikhs and, indeed, Muslims who dissent from their warlike interpretations of their faith. Nonetheless, we should oppose these anti-Christian outrages, not merely by expressing our support for the Christians among us but by rejoicing in the glories of Christian civilisation that such fanatical philistines, with their hatred of music, art and all things beautiful, deplore.

When the murderers of Fr Hamel invaded his church they were bringing their cruel and arid ideology into the kind of humble, cultured place we should be inspired to defend. It was a nonbeliever, Philip Larkin, who wrote after visiting a church that:

…someone will forever be surprising A hunger in himself to be more serious, And gravitating with it to this ground, Which, he once heard, was proper to grow wise in, If only that so many dead lie round.
Ben Sixsmith


Leer el artículo completo, aquí

(Vía)

dissabte, 6 d’agost del 2016

Me voy de vacaciones

Durante este mes de agosto el blog no se actualizará, o sólo de manera ocasional. Gracias por vuestra atención. Retomaremos el pulso a la cosa a partir de septiembre.