dimecres, 14 de setembre del 2016

Incapacitar a la clase política o mejorar el sistema


...no debemos centrar el fuego en las personas, por muy evidentes que sean sus limitaciones para todos menos para ellas mismas, sino en los errores del sistema, por muy desapercibidos que puedan pasar para una sociedad adicta al consumo inmediato de noticias irrelevantes. De la actual situación podemos extraer dos lecciones que mejorarían enormemente la calidad de nuestra democracia. En primer lugar, España necesita imperiosamente tres poderes independientes (ejecutivo, legislativo y judicial) y ahora sólo tiene uno. Mientras esta situación continúe, nuestro sistema seguirá degenerando, la corrupción se perpetuará y el desencanto y la frustración del pueblo facilitará la labor de desalmados que tardarían poco en destruir lo que tanto ha costado construir (los desalmados, por cierto, ya están aquí). Necesitamos un poder ejecutivo distinto del legislativo y, en este sentido, las democracias presidencialistas son un buen ejemplo. Una elección directa de presidente en un sistema de dos vueltas hace imposible situaciones como la actual y permite la cohabitación entre partidos de distinto signo posibilitando que los ciudadanos voten a un ejecutivo de un signo y a un parlamento de signo contrario. Además este sistema hace imprescindible el diálogo y el consenso entre las fuerzas políticas y una mayor ecuanimidad en sus decisiones, y probablemente también tenga el efecto colateral beneficioso de reducir la incontinencia legislativa tan propia de nuestros políticos, que confunden gobernar con legislar. En este sentido, el descanso de la tiranía legislativa y regulatoria de los últimos meses está siendo una auténtica bendición. Asimismo necesitamos, cómo no, recuperar la independencia del poder judicial, destruida por el gobierno socialista de 1985 con la absoluta complicidad de todos los gobiernos sucesivos sin excepción. Una sociedad, para pervivir y prosperar, requiere de instituciones fuertes e independientes, de poderes que las respeten (incluyendo el casi desaparecido cuarto poder), de normas que las protejan y de ciudadanos que, conscientes de su importancia, las defiendan con su voto.

En segundo lugar, necesitamos debilitar el caudillismo imperante en nuestros partidos políticos tratando de evitar que, llegado el caso (¿no ha llegado ya?) líderes inadecuados se perpetúen al frente de sus partidos, muchas veces en perjuicio de éstos. Para ello, son armas utilísimas la libertad de voto y el imprescindible voto secreto, la limitación de mandatos en el ejecutivo, en el legislativo y dentro de los propios partidos y la exigencia de dimisiones ante abultados fracasos electorales (PP 2004, 2008; PSOE 2015, 2016) o de investidura. | Fernando del Pino Calvo-Sotelo
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