divendres, 16 de juny del 2017

La dictadura de la pequeña minoría




A una minoría intransigente –un cierto tipo de minorías intransigentes– le basta alcanzar un nivel muy pequeño, digamos el tres o cuatro por ciento de la población total, para que toda la población tenga que someterse a sus preferencias. Además, con el dominio de la minoría aparece una ilusión óptica: un observador ingenuo tendría la impresión de que las elecciones y preferencias son de la mayoría. Si parece absurdo, lo es porque nuestras intuiciones científicas no están calibradas para esto (las criterios instantáneos de las instituciones académicas y científicas no funcionan, y tu comprensión intelectual corriente fracasa con los sistemas complejos, pero no la sabiduría de tu abuela).

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Primero, la geografía del terreno, esto es, la estructura espacial, tiene cierta importancia; es muy diferente si los intransigentes se encuentran en su propio barrio o si están mezclados con el resto de la población. Si la gente que sigue la regla de la minoría vive en getos, con sus pequeñas economías separadas, entonces la regla de la minoría no se aplica. Pero, cuando una población está más distribuida en el espacio, digamos que la proporción de tal minoría en un vecindario es la misma que en la ciudad, en la ciudad es la misma que en la provincia, en la provincia es la misma que en el estado, y en el estado es la misma que en la nación al completo, entonces la (flexible) mayoría tendrá que someterse a la regla de la minoría. En segundo lugar, importa algo el costo de la estructura. Si cuesta diez veces más que hacer comida Kosher, entonces la regla de la minoría no será aplicada, excepto quizás en barrios muy ricos.

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Podemos conjeturar que la formación de valores morales en sociedad no procede de la evolución del consenso. No, es la persona más intolerante la que impone la virtud en otros precisamente debido a su intolerancia. Lo mismo se aplica a los derechos civiles.

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La sociedad no evoluciona a partir del consenso, del voto, la mayoría, los comités, las reuniones ampulosas, las conferencias académicas y los colegios electorales: bastan unas pocas personas para mover desproporcionadamente la aguja. Todo lo que se precisa es una regla asimétrica en alguna parte. Y la asimetría está presente en casi todo. | NASIM TALEB
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