diumenge, 27 d’agost del 2017

El autismo nacionalista


El nacionalismo tribal y la izquierda regresiva presumen que Cataluña y su capital Barcelona son un modelo de sociedad solidaria, acogedora y diversa. Una sociedad abierta. Pero la asonada del sábado en el Paseo de Gracia evidencia, por el contrario, que una parte de la sociedad catalana es, cada vez más, autista. Una sociedad que los nacionalistas de casi todos los partidos empujan insistentemente hacia el egocentrismo y el ensimismamiento, convirtiendo la sociedad abierta en un espejismo.

La manifestación debía ser, en primer lugar, un acto de respeto, recuerdo y homenaje a las víctimas. Y en segundo lugar, un mensaje inequívoco de denuncia de sus asesinos. No fue ni lo uno ni lo otro, a pesar de la que la gran mayoría de los manifestantes resistieron la provocación. Fue un acto de irrespeto, desvergüenza, demagogia y calumnia por parte de los secesionistas y sus aliados. Fue una exhibición de narcisismo nacionalista,

Concibieron la manifestación como un peldaño más en su golpe de Estado. Ignoraron los motivos de la misma y sus exigencias. ¿Cómo se les iba a ocurrir, por ejemplo, llenar la cabecera de la manifestación con las 34 banderas de los países de las víctimas si sólo estaban pensando en colocar la suya? La estelada bananera que nos quieren imponer a todos en lugar de la histórica y constitucional senyera.

Tampoco se les ocurrió invitar formalmente a representantes oficiales de aquellos países que han tenido víctimas en nuestras Ramblas, ni a las instituciones europeas. Por el contrario, quisieron impedir la presencia de personalidades e instituciones que representan al conjunto del estado español, que fueron relegadas y acosadas por ser quienes eran.

Utilizaron a las víctimas, que de supuestos protagonistas del acto pasaron a ser telón de fondo de sus intereses partidistas, e ignoraron a sus asesinos. Como si se hubieran muerto porque sí. Las humillaron en su dignidad al salvaguardar la mano que mueve a sus verdugos.

Cuando muere una mujer agredida por su pareja, lo que más se destaca es el machismo asesino. Pero cuando, en nombre de Alá, aplastan la vida a un simple ciudadano y a su sobrino mientras paseaban por las Ramblas, eluden siempre señalar que murieron en nombre de una religión.

Una labor de propaganda ha logrado despistarnos y hacernos disociar los atentados de cualquier aspecto religioso. Hoy, ya nadie se plantea el papel del Islam en la ideología del Estado Islámico. La comedura de coco ha sido tal que todo el mundo acepta que no hay que cuestionar “el hecho religioso en sí”. Éste se impone a todos, y aquellos que se atreven a ponerlo en entredicho son tachados de burdos anticlericales de otra época.

Pero como a pesar de todo hay que dar una explicación a los atentados, se nos sirve como sucedáneo la geopolítica. Las causas de todos los atentados serían la guerra en Irak, el petróleo, la política de Obama, de Trump, y todo un conjunto de razones que, si bien no carecen de cierto interés ni pertinencia, tienen el gran mérito de evitar que se hable de religión y, sobre todo, de la musulmana.

A menudo se contrapone el Islam con el islamismo. Como si estas dos concepciones religiosas fuesen dos planetas extraños el uno respecto al otro. Para ahorrar a los musulmanes moderados la afrenta de vincular su fe a la violencia yihadista, se ha disociado metódicamente la religión musulmana del islamismo. Sin embargo, el islamismo forma parte del Islam.

Cuando se critica la Inquisición y sus crímenes, no se desgaja ese fanatismo del resto de la Iglesia católica. Aunque muchos cristianos denunciaron la Inquisición, ésta es un elemento del cristianismo y de la Iglesia. Por ello, siglos más tarde, el papa Juan Pablo II se sintió obligado en 2000 a hacer votos de arrepentimiento por los crímenes cometidos en nombre de la Inquisición; en nombre del cristianismo. [Extracto del editorial de Charlie Hebdo sobre los atentados de Barcelona] 

Como el islamismo, el nacionalismo es un cáncer político. Pronto sabremos si hay metástasis o si el cuerpo social ha reaccionado, aislándolo y conteniéndolo. Soy de los que creen que al final no pasará nada grave. Pero no por optimismo antropológico, sino porque el pueblo catalán ha sido siempre lúcidamente cobarde.