dimarts, 11 de juliol del 2017

La incomprensible e imperdonable decisión de Carmena

En aquél entonces, los antifranquistas de izquierdas no estábamos de acuerdo con la violencia de ETA, pero no por ello considerábamos a la banda terrorista vasca como un enemigo. Sí, eran unos exaltados que se pasaban de rosca, pero eran de los nuestros. ¿Cómo no iban a ser de los buenos si luchaban contra la dictadura de Franco?

Toda esa hipocresía moral empezó a cambiar cuando la banda siguió, o más exactamente, alcanzó su cenit mortal en la democracia. Cuando se vió que con sus atentados ETA no sólo ponía en peligro la recién nacida libertad política sino que nos mataba a 'nosotros' también.

A veces pienso que si la banda terrorista no hubiese asesinado nunca a un socialdemócrata, es muy posible que la equidistancia moral se hubiera mantenido y reforzado en toda la izquierda, como pasa ahora tras abandonar ETA la lucha armada. Por suerte, Felipe González optó por la política de mano dura. Tanto, que hasta se le fue la mano.

Sin embargo, la izquierda radical, extraparlamentaria o ubicada en la periferia institucional, al pairo de los atentados, mantuvo esa doble moral respecto a la violencia etarra. Es la doble moral que muestran hoy sin tapujos los electos de Podemos. Y lo que es más grave, la que luce la mismísima Manuela Carmena, que vivió en su propia carne el zarpazo del terror.

Manuela Carmena, entre Cristina Almeida y Antonio Pedrol, en el despacho masacrado de Atocha

El 24 de enero de 1977, unos pistoleros de extrema derecha mataron a balazos en el despacho de abogados laboralistas del número 55 de la calle de Atocha a los letrados Enrique Valdelvira, Javier Sauquillo y Luis Javier Benavides, además de al estudiante Serafín Holgado y al administrativo Ángel Rodríguez. Todos ellos se encontraban en las dependencias en las que habitualmente trabajaba Carmena, que evitó el atentado gracias a un cambio de agenda.

Los laboralistas caídos en Atocha no fueron ni los primeros ni los únicos muertos por la dictadura. Fueron los últimos. Pero fueron un símbolo. ¿O tampoco lo cree Carmena? Un símbolo no solo por la brutalidad de su muerte, sino porque con ellos se produjo un antes y un después que hizo irreversible la transición a la democracia.

De la misma manera, el asesinato de Miguel Ángel Blanco devino un símbolo. Y lo es, como las víctimas de Atocha, por la especial atrocidad de su muerte y porque marcó un antes y un después en el rechazo y la lucha contra ETA. El edil popular de Ermua desencadenó la mayor respuesta cívica contra la banda terrorista que se haya producido nunca.

Cientos de miles de españoles salieron a la calle por Miguel Ángel Blanco y contra ETA

Por eso, Carmena, tu decisión -rechazar el homenaje a Miguel Ángel Blanco porque eso 'sería destacar a una sola víctima'- resulta, a pesar de tu conato de rectificación, tan incomprensible como imperdonable.