dimecres, 11 de gener del 2017

Las 'fake news' empezaron cuando decretaron que en periodismo la objetividad no existe


Todo empezó el día en que alguien en una facultad de ciencias de la información decretó que la objetividad periodística no existe. Una afirmación equivalente a que alguien en la facultad de derecho decretase que la ley no existe o que en una facultad de ciencias se impartiese que el conocimiento científico es imposible.

No fue, sin embargo, una ocurrencia. Fue un acto de 'compromiso' intelectual y político con la izquierda e, incluso, con la revolución. Una revolución que entonces pasaba por convertir cada mesa de redacción en un Vietnam.

El periodista debía salir del laberinto en el que se perdía buscando la 'verdad' para devenir el intérprete de un relato conforme a sus convicciones y sin otro límite que su supuesta 'honestidad'. La verdad era de derechas; su interpretación, de izquierdas.

De esta manera, el periodismo desandaba un largo camino. El camino que va desde unos inicios en el que era indisociable del ejercicio de la libertad de expresión, del libelo (en todas sus acepciones) y del panfleto, a una profesión que pretendía materializar el derecho de los ciudadanos a una información veraz a través de una depurada técnica para contar los hechos -la verdad factual- escrupulosamente deslindados de la opinión sobre los mismos.

El periodismo ha sido post-verdad avant la lettre. De las cinco preguntas de la noticia la única que pasó a interesarle de verdad es el por qué. La causa. 'Todo tiene que tener una explicación, porque tiene que haber un culpable'. Y el culpable es siempre de derechas, al que hay que desenmascarar. El periodismo justiciero.

Para el periodismo post-verdad, al que suelo llamar la Internacional mediática, sus enemigos son siempre los mismos: Israel, Estados Unidos (excepto durante el mandato de Obama), la globalización (hasta que llegó Trump), el capitalismo, etc... mientras que Obama y Julian Assange (hasta que se metió con Clinton) han sido sus dos grandes héroes. Y lo eran por qué iban a cambiar el mundo. ¡Y vaya si lo han cambiado! Tanto, que ahora es de Trump.











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