Barcelona, 25 de Febrero de 2003


[La primera versión de este panfleto se publicó en catalán el 25 de Febrero de 2003. Tras 16 años, lo vuelvo a publicar levemente retocado. Sorprende que todavía sea útil contar las razones por las que uno dejó de ser comunista]

1.- Porque, a pesar del colapso del muro de Berlín, los “progres” siguen sin hacer pública autocrítica o descargo de conciencia alguno, por cobardía a quedar huérfanos de certeza. Porque siguen anclados en la “revolución pendiente”, instalados en la amnesia para ignorar los millones de víctimas de su ideología. Porque su esclerosis mantiene inalterables los principios ideológicos que asumieron cuando la evidencia de la dictadura franquista les llevó, por primera y última vez, a cambiar de manera de pensar.

2- Porque no creo en la prevalencia de los derechos colectivos, que son la gran coartada ideológica de los que siempre encuentran una razón para inmolar o someter al individuo, a la persona concreta de carne y hueso, en el altar mayestático y redentor de lo colectivo, ya sea la tribu, la etnia, la raza, la patria, la religión, el género o la clase social.

3- Porque la historia no tiene significado ni leyes que puedan predecir su destino. Cuando más libre es el mundo menos previsible se vuelve y más se escapa a la planificación y la tutela de los gobiernos intervencionistas. Los órdenes espontáneos, surgidos de la evolución humana y de sus instituciones, son más sólidos y racionales que las utopías constructivistas.

4- Porque el valor fundamental de la vida humana es la libertad, sin la cual no puede haber ni responsabilidad ni justicia. Porque la planificación de la vida económica y social es incompatible con la libertad individual, como ha demostrado el fracaso estrepitoso del comunismo. Porque la planificación es a la dictadura de la miseria igualitaria lo que el mercado es a la democracia económica. Porque la propiedad de los medios de producción de bienes y servicios – tan atacada por la izquierda- se justifica de raíz por su capacidad de generar abundancia, mientras que la propiedad intelectual -tan defendida paradójicamente por la misma izquierda- es la propiedad más discutible, porque crea monopolios y mantiene la escasez.

5- Porque sin seguridad y sin instituciones que la garanticen, la libertad no es posible. La naturaleza humana parece estar más cerca de Hobbes que de Rosseau. Ni es la “sociedad” la que corrompe per se, ni la persona es una “tábula rasa” que se puede manipular en nombre de cualquier mercancía ideológica.

6- Porque la democracia no es un fin sino un medio para cambiar los gobiernos sin violencia. Como advertía Alexis de Tocqueville, tener la mayoría no significa tener la razón, ni autoriza al gobierno a limitar los derechos de las minorías o a modificar las reglas de juego que están vinculadas al ejercicio de los derechos fundamentales. La democracia legitima el acceso al Gobierno, pero no los actos que éste ejecuta. Romper las instituciones democráticas desde dentro – Hitler, Allende, Chávez, Puigdemont…- no es más legítimo que hacerlo desde fuera, a través de un golpe de estado o una insurrección armada. Las Constituciones se hicieron para limitar el poder político de las mayorías.

7- Porque las instituciones de las democracias liberales se fundamentan en el escepticismo epistemológico, en la ignorancia voluntaria de la verdad, contrariamente a las utopías racionalistas que, a imagen y semejanza de la teología, pretenden imponer al conjunto de la sociedad la nueva verdad científicamente revelada. La ignorancia de la verdad se fundamenta en la evidencia de que las personas pensamos diferente y tenemos diversidad de creencias -políticas, económicas, morales o religiosas- sobre como hemos de vivir o buscar la felicidad. La misión de los gobiernos es garantizar de manera imparcial las reglas de juego para que nadie imponga sobre otro su “verdad”, su modelo de vida o su fantasía política, y permita que todo el mundo pueda vivir, en la medida de lo posible, según sus convicciones. Esto implica una concepción procedimental y no teleológica de la resolución de los conflictos y convierte la libertad formal en la única libertad real. La democracia liberal deja obsoleta la revolución.

8- Porque no comparto el perpetuo malestar de la mayoría de intelectuales respecto de la cultura de la libertad en la que viven y de la que viven, mientras se vanaglorian de defender por activa y por pasiva cualquier dictadura si de esta manera se ataca a los gobiernos de los países democráticos, empezando por los Estados Unidos. Como decía Albert Camus, si la historia de los últimos cien años esta tan manchada de sangre es “porque la inteligencia europea, traicionando su herencia y su vocación, eligió la desmesura por su amor al patetismo y la exaltación”

9- Porque soy pacífico y no pacifista. Porque creo que mientras haya dictaduras el desarme unilateral es suicida. Porque es un engaño que se denominen pacifistas personas que siempre han creído en la violencia revolucionaria y que han justificado durante muchos años las dictaduras comunistas, hasta que la evidencia les ha hecho disimular, pero no cambiar de opinión. Porque me rebela que haya habido y siga habiendo pacifistas que “comprendan” el terrorismo de ETA, cuando es precisamente en un contexto democrático cuando la violencia política no tiene nunca justificación. Porque, mientras haya dictadores, la única manera de evitar el genocidio y de defender la vida de las personas y su libertad es demostrar que se está dispuesto, si es necesario, a luchar para garantizarlas. Como decían los romanos “si vis pacem, para bellum”.

10- Porque creo que la revolución no es la solución sino el problema, como muy bien explica Mario Vargas Llosa en su reflexión sobre el “Che” Guevara: “Su teoría del «foco», esa punta de lanza móvil y heroica cuyos golpes irían creando las condiciones para la revolución, no funcionó en ninguna parte y sirvió, sí, en América Latina, para que millares de jóvenes que la adoptaron y pretendieron materializarla se sacrificaran trágicamente y abrieran la puerta de sus países a despiadadas tiranías militares. Su ejemplo y sus ideas contribuyeron más que nada a desprestigiar la cultura democrática y a arraigar en universidades, sindicatos y partidos políticos del Tercer Mundo el desprecio de las elecciones, del pluralismo, de las libertades formales, de la tolerancia, de los derechos humanos, como incompatibles con la auténtica justicia social. Ello retrasó por lo menos dos decenios la modernización política de los países latinoamericanos”.

11- Porque he dejado de creer en la grandilocuencia de la utopía para descubrir la modestia de la esperanza. Porque no creo ni en el cielo de los curas ni en el paraíso de los guerrilleros. Como escribía Octavio Paz: “Desde fines del siglo XVIII hemos vivido el mito de la Revolución, como los hombres de los primeros siglos cristianos vivieron el mito del fin del mundo y la inminente vuelta de Cristo. (..) El culto a la revolución es una de las expresiones de la desmesura moderna. (..) Le pedimos a la revolución lo que los antiguos pedían a las religiones: salvación, paraíso. Nuestra época despobló el cielo de dioses y ángeles, pero heredó del cristianismo la antigua promesa de cambiar al hombre. (..) Se creyó que la revolución, convertida en ciencia universal, sería la llave de la historia, el sésamo que abriría las puertas de la cárcel en que los hombres han vivido desde los orígenes. Ahora sabemos que esa llave no ha abierto ninguna prisión: ha cerrado muchas”.

JOSEP M. FÀBREGAS



Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada

Nota: Només un membre d'aquest blog pot publicar entrades.